La barriga no era artificial. Tampoco había comido mucho. Por detrás no se apreciaba, sólo veía una espalda demasiado curvada. Se apretaba la cintura con ambas manos, y sonreía. No paraba de sonreír. Quería asomarme al balcón de su hombro izquierdo, necesitaba averiguar qué era aquella panzota rimbombante de felicidad asegurada. Apenas intenté colarme en el hueco entre su codo y su cintura, se llevaron aquella barriga postiza. Habían pasado los trece días. ¿Papá?
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